El Poncho: historia y tradición en el bicentenario
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Humilde en su origen, a la intemperie en la pampa y la cordillera, colorido en el Norte, sedoso y fino sobre los hombros de los patriotas, austero en los conventos, el poncho encierra en su trama la historia secreta de los pueblos de América. "Una segunda bandera que integra el imaginario de una tradición de paz y cobijo en la que los argentinos nos reencontramos y nos reconocemos -escribe Alberto Bellucci en el catálogo de la muestra que se exhibe en el Museo Nacional de Arte Decorativo, con el auspicio de Telefónica-. Recordemos, por ejemplo, cómo Dorrego hizo flamear su poncho azul y blanco, atado al campanario de la Merced, y cómo Urquiza, luego de Caseros, se calzó el poncho blanco para entrar en Buenos Aires como mensajero de paz."
Dos piezas tejidas en algodón y lana de llama, con abertura en el centro, de la cultura nazca (hacia el 500 d.C.) y un unku , abrigo de los incas, cosido bajo las sisas como una camisola, evidencian el uso en pueblos precolombinos de una prenda de características similares al makuñ de los mapuches o el poncho, vocablo que sería originario de los araucanos.
El acertado diseño de la muestra permite comprender su evolución: el plangit es una técnica tintorera (conocida en varios continentes) que utilizaron los pilagá y los mapuches para obtener los ponchos "de argollas". Los aborígenes de la región chaqueña -tobas, chiriguanos, mocovíes, wichis -representaban en sus ponchos la identidad tribal, recibían en sus tejidos influencias andinas, amazónicas y españolas a partir de la introducción del telar a pedales y el empleo de la lana de oveja.
Desde la segunda mitad del siglo XVII los ponchos tejidos en las reducciones jesuíticas ya no llevan la iconografía indígena: se les ha ordenado eliminar lo mágico, los signos de la cosmovisión local, lo que los europeos llamaban el fetichismo.
Entre otros, se puede observar un poncho tejido en alpaca, en un obraje jesuítico, que reproduce la imbricación cultural en su diseño incluyendo el águila bicéfala de los Austria. La gran producción de ponchos de ese origen lleva diseños ornamentales, listados, flecos multicolores tejidos aparte.
Ponchos de la pampa
Los ponchos listados, tejidos por los pueblos centrales y del Norte, de Bolivia, Perú y Alto Perú, recreaban esa herencia jesuítica y durante el siglo XVIII se vendían en Buenos Aires, Córdoba y La Pampa. Fueron los que usó el gaucho en todo el territorio pampeano, su abrigo, adorno, envoltura para apoyar la cabeza o proteger el brazo armado. Tejidos en lana de oveja o vicuña, con diversidad de bordados y flecos, estos ponchos "tienen la riqueza que indentifica a cada una de las culturas locales -dice Roberto Vega, uno de los organizadores-, entre las cuales se producía un intercambio muy, muy intenso".
Los ranquelinos se distinguen por la maestría de su ejecución. Los ranqueles eran muy andariegos por las influencias araucana y de pueblos del Norte.
Las múltiples etnias de la región pampeana tejían en telares verticales el pelo de guanaco hilado, y la lana de oveja a partir de la influencia hispánica.
Con la invasión araucana, aproximadamente en el 1000, se inició el proceso de araucanización y esas etnias, que se identifican hoy como mapuches, no adoptaron el telar hispánico y no alteraron su técnica ni sus característicos diseños con la guarda "pampa" o "greca" similar a sus grabados rupestres. Utilizaban para sus tejidos la técnica de la "guarda atada" y la del laboreo, formando el dibujo con los hilos de la urdimbre y la trama, teñidos con distintos colores.
En todas las culturas los colores tuvieron un significado especial, correspondiente a un código que burlaba las prohibiciones del colonizador.
"Un poncho rojo regalado a un cacique -dice Roberto Vega- lo consagraba como un gran guerrero. En cambio, es una proyección folklórica atribuirle al poncho de Güemes los colores de la sangre victoriosa y el duelo por la muerte del general." Agrega que en Loncapué, cerca de Caviahue (Neuquén), se tejen actualmente ponchos, mantas, alfombras, según la tradición mapuche, como en la zona de Temuco, en Chile.
Ponchos históricos
Ocupan una gran sala, expuestos en vitrinas (sobre un material libre de ácido) un poncho de cuero que perteneció al general Urquiza; un poncho "de sesenta listas" (propio del Paraguay, tejido en seda) del presidente Sarmiento; el poncho "ranquel" que perteneció al general Lucio V. Mansilla, a quien se lo obsequió el cacique ranquel Mariano Rosas; un poncho de vicuña o alpaca blanco que perteneció al general José de San Martín; un poncho de seda tejido en un paño con bordados, que perteneció al general Juan Manuel de Rosas. Son quince ponchos históricos.
Ponchos "arribeños"
Hay que pasar a la sala contigua para admirar los ponchos de seda, un material que se importaba, y se tejía en el país con hilos producidos por la cría de gusanos de seda, conocida desde 1800. Se exhiben dos piezas de fines del siglo XIX, provenientes de colecciones particulares. Museos y coleccionistas privados aportaron los 120 ponchos que se exhiben en tres salas, muchos de ellos expuestos por primera vez.
Los "arribeños" eran los ponchos que provenían de las provincias al norte de Córdoba: Salta, Tucumán, Catamarca, Santiago del Estero, Jujuy. Varios de ellos están tejidos con lana de vicuña: un camélido que hasta hace poco tiempo se sacrificaba, pero en los últimos años se cría, y se esquila, lo que permitió recuperar una especie prácticamente en extinción.
Se puede admirar un poncho azul, tejido en Seclantás, y otro rojo y negro conocido como "Poncho de Güemes"; el poncho-capa patrio, confeccionado (desde 1810) en paño grueso de color azul oscuro; un poncho franciscano de llama; ponchos "a pala" (la pala es la madera con la que se aprieta la trama en el telar).
En el final, una serie de ponchos tejidos en Inglaterra, de seda, algodón, hilo o lana, con diseños propios o imitación de telas criollas. Se fabricaron industrialmente desde 1825 hasta aproximadamente 1930.
Telares
Una visita al subsuelo permitirá al visitante observar ponchos actuales de confecciones diversas y también dos telares verticales mapuches; un telar hispano con pedales, formado por cuatro horcones, en el que trabajan Carmen Ríos (de Belén) y Angela Gutiérrez (de Londres, Catamarca); un telar europeo de lanzadera, que aparece a mediados del siglo XVIII y se utiliza en la industria textil argentina hasta mediados del siglo XX.
Roberto Vega, José y Javier Eguiguren, asociados, organizaron el año anterior la muestra "El apero criollo" y son los responsables de esta muestra, autores del catálogo con el que confían ampliar su proyección didáctica, y ya tienen en marcha una exposición de aperos, platería y soguería criollas en un museo de Denver, Colorado, en Estados Unidos.
Hay que agradecerles, a los coleccionistas y los museos (Histórico Nacional, de Motivos Populares Argentinos José Hernández, Domingo F. Sarmiento, Parque Criollo y Museo Ricardo Güiraldes de San Antonio de Areco) esta oportunidad de conocer el legado textil nativo, la riqueza del acervo criollo, que no está únicamente reservado a la literatura, la iconografía, a la memoria y la investigación.
El poncho sigue entre nosotros, distintivo de individualidad y pertenencia, simbólico y cotidiano.
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